dimecres, 7 de febrer del 2018

Penny y el pacto narrativo.



En un episodio de Big Bang Theory, Sheldon y Leonard discuten sobre qué efectos sobre el cuerpo de Lois Lane causaría Superman al detener bruscamente su caída desde el rascacielos. Penny interviene:
-¡Oh! Ya sé que nadie puede volar. Sheldon la mira con cara de incredulidad y asombro pues Penny habla desde otro plano de realidad. 
Digamos que la rubia de la serie no ha aceptado el “pacto narrativo” por el cual asumimos los criterios de verosimilitud que nos impone una narración al entrar en el mundo que abre ante nosotros. En los cuentos tradicionales la fórmula aparecía de manera explícita tanto en la apertura como en el cierre contractual: “Érase una vez... Y colorín colorado”. Lo que ocurriese en ese paréntesis que deja el mundo real en suspenso era cosa de las reglas del contrato. La fuerza “jurídica” de la frase inicial de una novela y de sus palabras finales puede apreciarse, por ejemplo, en Cien años de soledad: entre “muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento...” y “...no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra” el narratario (la parte contratante de la segunda parte) se obliga a aceptar como verosímil todo aquello que el narrador (la parte contratante de la primera parte) tenga a bien considerar como tal, así sea el personaje de Remedios la Bella o el tipo al que siempre rodeaban mariposas amarillas.
La propuesta política no nos obliga a esa suspensión del juicio crítico. Al contrario, nos obliga a contrastar su discurso con la realidad factual y ver si da cuenta de ella, si propone con acierto su conservación o su reforma, si asume su defensa o su impugnación. No discutimos, por lo que hace al análisis político, si Lois Lane sobrevivirá al fuerte abrazo de Superman, sino que afirmamos que, efectivamente, “nadie puede volar”. Aquello es, en función del relato, verosímil; ésto es, absolutamente, verdad. Qué ha ocurrido para que el “discurso” político haya devenido “relato” yo no lo sé, pero el caso es que, en tanto que relato, la narración impone sus criterios de aceptación: la suspensión del juicio crítico, la casi orgullosa aceptación de que el objeto de debate es si Lois Lane se rompe por la mitad cuando Superman la agarra. 
Convertido el análisis concreto de la realidad concreta, para la transformación de la misma en “relato” (un relato es un cuento, no lo olvidemos) cualquier cosa cabe en la imaginación calenturienta del narrador: la república barataria, la independencia simbólica, los sexos traspapelados, los pueblos unánimes, la tribu batucada. Da igual. Firmado el contrato narrativo, discutir sobre la operatividad de Tabarnia o la presidencia simbólica de Puigdemont es tan legítimo como debatir sobre si Hulk puede alzar a Thor aunque éste esgrima el martillo Mjölnir.
Caer en el social-populismo de Podemos y sus afluentes turbios o en el nacional-populismo secesionista es firmar un cheque en blanco para la literatura de folletín. Y entrar en debate con una trama narrativa de quiosco es absurdo. Es como aceptar el “érase una vez” del “derecho a decidir”, del “mandato del pueblo”, del “empoderamiento de la gente”.
Más vale, creo yo, afirmar tajantemente la realidad con Penny: “nadie puede volar”. Al menos para no partirnos la crisma contra el suelo con Lois Lane en brazos de Clark Kent.